jueves, 9 de diciembre de 2010

Cómputo de lejanías.

Los días que pasan sin darnos cuenta, pero caen en el recuento, y cada día para mí son menos que echarme a la boca. Y sin embargo, tú te empeñas en crear una distancia que no existe y yo me vuelvo loca pensando a qué viene que tu piel salga corriendo cuando le hablo de la fricción con la mía, what is wrong, what is right. La rutina ya ni siquiera es rutina, es una contante incertidumbre de hasta dónde vamos a llegar ese día; y no te voy a engañar, odio las rutinas y los círculos viciosos, y me encanta reinventar el tiempo, pero desde luego no de esa manera, no a cambio de la angustia de ya no poder comprender lo que tramas detrás de los ojos y no puedo ver.
Pero de qué nos sirve el hermetismo precisamente ahora, que debemos de pasar del susurro al grito para que el futuro no nos quiebre lo que ahora tenemos tan claro, para que se guarde en el caracol de nuestro oído la verdad que necesitaremos.

martes, 7 de diciembre de 2010

Modus abruptus.

Supongo que es ese el problema, que al dejarme caer en este abismo que son las relaciones me he perdido, perdido a mí misma y la libre esencia que vestía antes. Pero y qué, si no entiendo otra manera de concebir el corazón sino al límite, sin ases en la manga ni planes B; dejar concurrirme las horas exhaustas atadas a sus ojos en cada milímetro del pelo, y llegar a ese momento en el que yo digo cosas que él debería haber dicho, y él dice cosas que debería haber dicho yo. Y hasta aquí bien, la opresión en el pecho comienza cuando me pisa el freno, me pide restar velocidad a lo vivido y es cuando me pierdo y no comprendo por qué, por qué, por qué, por qué ni por qué de repente esa manía de guardarse horas en el reloj a modo de colchón por si se produce la caída. Que no querer gastarnos el amor a estas alturas me resulta tan absurdo como querer devolvernos los besos que nos hemos dado por miedo a que se nos desdibujen los labios. Yo no quiero, no sé, no puedo vivir así, con reservas, con cuentas de ahorro en las emociones y y promesas en rincones para inciertos. Comprende que para una persona que necesita del grito, de la euforia, del éxtasis para sentirse respirar pedirle soltar el acelerador es como pedirle que deje de vivir para ser a medias. Dejarme a mí misma en el tintero, con todo lo que eso conlleva, con todo lo que conllevará, que no será sino el repliegue introspectivo de mí misma y mirarte a los ojos con miedo a que me descubras.
Ya supuso un duro trauma tener que dejarme ver desnuda (literal y metafóricamente)y abrirme en canal para que pudieras beberme (porque no hay otra manera de llegar a conocerme si no es bebiéndome, enterrando los dientes entre mis vísceras y escuchando lo que mis huesos tienen que decir y mi boca aún no ha aprendido). Dejarme hacer débil, abrir mis fortalezas para que ahora quieras salir,me escupas lo bebido de nuevo y se supone que yo tengo que volver a sintentizar(me). Me aterra y duele.