martes, 13 de enero de 2009


Estimados lectores, juro solemnemente no volver a ir de rebajas. A partir de este año, 2009, la ropa que necesite (porque también juro solemnemente comprarme exclusivamente la que necesito) la buscaré en épocas de no rebajas y, si puede ser, en las tiendas como el Ropero, que la tía es bien apañá y puedes encontrar cosa 825211 veces mejores que las de Zara, Mango y SUPUTAMADRE.

Os vengo a haceros saber de esta decisión para que asistáis como testigos a mi juramento y porque el otro día caí en la tentación, cometí el error más grande de mi vida (después de casi meterme con el MP3 en la ducha)(ah, y no es acuático). Si, señores/as bichos/as, lo hice: Me fui de rebajas por el centro.
Comencé la ruta por Springfield, donde todos los vaqueros son iguales y donde las tallas que no sean 34-36 brillan por su ausencia. Y, como todos ustedes comprenderán, a mi una 34 no me da ni para meter un jamón. Generalmente suelo pillarme un jersey o unos zapatos para cuando me vaya de evento (dícese de bautizos, bodas, cenas, etc), o puede que hasta una camiseta. Pero no, esta vez lo único que me he llevado ha sido un disgusto y a mi madre a otra parte.
Y esa otra parte, amigos, fue Pepa Karnero. Y aquí si que sí. Si es que da gusto entrar en una tienda como esa (y hay que tener como yo o menos sentido del ridículo para llevar ropa de Pepa). Así pues, me cebé allí: una falda, una camiseta, unos leggins (que por cierto, son verdes. Lo sé, lo sé, pero.. estoy intentando reconciliarme con el verde) y una camiseta para mi madre (no se asusten, tranquilos, la camiseta es negra y de cuello vuelto, sin conejitos fluorescentes ni floripondios cosidos burdamente, como suele abundar allí). En fin, la verdad es que me llevé poco comparado con todo lo que quería, pero intenté ajustarme a lo necesario (y a la mentalidad del NO CONSUMISMO. Ya lo llevo mejor).
Después, viendo que aún necesitaba pantalones, hice otro viaje a Mango, donde suelo encontrarlos. Pero esta vez casi muero en el intento: la gente hacía cola desde la planta de abajo, y las señoritas de los probadores vendían el pase para cortina al mejor postor.
Total, que me puse a pasear entre las filas de vaqueros y cosas feas y pijas que había por allí (lo sé, qué se puede esperar de Mango, es la tienda por excelencia de las Pijas de Marrón) (Pija de Marrón: dícese de aquellas individuas que en su vestuario abundan las prendas de color marrón (en todas sus variantes y tonalidades) y tienen las muñecas plagadas de pulseras de madera y los dedos de anillos de coco).
En fin, por fin (¿paralelismo o redundancia?) me decidí a elegir un modelo (de los casi 30 que había, sin contar los de la colección de Pe y Mo Cruz for Mango) y a comenzar a buscar la talla. Tras 7 minutos diciéndome que era imposible que no quedara de esa talla, me di cuenta de que en Mango no coincidían las tallas con las del resto del mundo. Una vez enmendado mi error, escogí dos (no más, DOS, después de 15 minutos mirando) y me dirigí hacia el coliseo en el que se había convertido el probador.
Cuando conseguí pasar a cortina, y desabrocharme las zapatillas, me dispuse a atacar el primer pantalón. Y, como era de esperar, no me abrochaba. Olé por mis carnes.
Pero sabía que tenía una oportunidad más y no quise perder la esperanza: mi objetivo cambió al segundo pantalón, negro y de pitillo, que entró tras muchos esfuerzos. ¡Y abrochó y todo! (alegrías de una gorda). Pero cuando me miré en los crueles espejos del probador, pude comprobar que parecía una morcilla mal atada con aquellos calzones. Así que, tras mucho darle vueltas a la cosa y entornar los ojos para ver si así conseguía ver que no me quedaban tan mal (joder, es que para unos que me entraron, no me pensaba rendir tan pronto), decidí que aquello era insalvable, y salí del probador de nuevo con mis viejos vaqueros de siempre y una derrota pintada en la cara, casi arrojándoles las traicioneras prendas a la maldita encargada del probador, como diciéndole "esto es culpa tuya, maldita zorra, no me mires con esa cara; si no me hubieras dejado pasar nada de esto hubiera ocurrido".
Y, una vez fuera y habiéndome reencontrado con mi madre (el reencuentro fue casi como el de Marco con la suya: hubo un momento dentro del probador en el que pensé que jamás volvería a verla), exclamé un: "Vámonos, no me gusta nada (por no decir "no me entra nada")" y me abanlancé hacia la puerta de salida como un preso se abalanza hacia su libertad.

Con el ánimo por los suelos, terminé la mañana comprándome unas botas en El Rayo (donde casi me arranca mi preciada fresa(cabeza) la asistenta por no esperar a que trajera mi número justo en el lugar donde ella me dejó) y un par de pantalones (¡jodeos, titánicos empresarios de las grandes marcas, al final lo conseguí!). Y volví a casa pensando si no hubiera sido mejor quedarme durmiendo, porque, además del mal rato que pasé, me sentía doblemente mal por aquella vena consumista que me cegó.


Por esto y por millones de razones más, JURO SOLEMNEMENTE NO VOLVER A IR DE REBAJAS.

Atte. y orgullosamente,
Ro :)

PD: Hoy no he ido a clase :) Creo que tengo gripe (ojalá, ojalá).

1 comentario:

Erebo dijo...

Joer de verdad, es que las rebajas son mortales. Y las tallas estám tan mal clasificadas como el uniforme de los agustinos XD.

Suerte la proxima vez, que sepas que si hay alguien que mira tu blog ^^.

Erebo.