viernes, 11 de junio de 2010

Arte y relaciones.

Siempre me ha atraído la complejidad psicológica de las personas. Quienes tienen una cara, pero tres mil ojos a los que mirarle, cuatro mil gestos que aprender, cinco mil matices en la voz, que cada día los hace diferentes y te obliga a reinventar tu estudio sobre esa persona. Aprender, cada segundo un poco, de cómo le gusta sentarse con las piernas cruzadas los lunes, cómo colocarse el sombrero los martes -diferente a cómo lo hace el miércoles-, pero sin caer en la rutina, haciendo de cada semana algo original. Cómo pestañea a las 12 del mediodía el miércoles, diferente del pestañeo de las 11:59, cómo sonríe cuando le saludas y cómo cuando te despides. Lo apasionante de todo esto no es la complejidad pura dentro de un individuo, sino la complejidad mía reflejada en él: ver cómo reacciona ante mis respuestas, cómo responde a mis preguntas y lo cómodo que se siente según el tono de voz que utilice al pedir dos cervezas.
Porque ya no se producen solamente reacciones psico-químicas dentro de él, sino que mis elementos también reaccionan sobre los suyos, creando un paraíso de luz y color completamente arbitrario, indescifrable, efímero, en cada uno de los segundos de mi trato con dicha persona. Un Kandinsky en nuestra atmósfera.

1 comentario:

Alex Molinero dijo...

I like itttttt ( a ver qué reacción psico-química crea este comentario en tí lol )